Espartaco. El gladiado by Ben Kane

Espartaco. El gladiado by Ben Kane

autor:Ben Kane [Kane, Ben]
La lengua: spa
Format: epub
editor: B (SELLO)
publicado: 2013-06-25T22:00:00+00:00


Los gladiadores sufrieron pocas pérdidas, teniendo en cuenta la situación: habían muerto ocho hombres y una docena habían resultado heridos. De esos, cuatro nunca podrían volver a luchar. Los muertos fueron enterrados donde habían caído. Era un lugar tan bueno como cualquier otro, pensó Espartaco sombrío, mientras se encontraba junto a la tumba de Getas. Habría sido mejor reposar en suelo tracio, pero eso era imposible. «Descansa en paz, hermano mío.»

Una vez presentados sus respetos, se dedicó a asuntos más prácticos. Tenían que coger todas las armas y comida que hubiera en el campamento. Crixus y sus hombres habían encontrado las reservas de vino y ya habían empezado a bebérselo. Espartaco ni siquiera intentó hablar con él. Necesitó toda su capacidad de persuasión para conseguir que Castus y Gannicus impidieran a sus seguidores que hicieran lo mismo. Trasladar las provisiones a oscuras ya era lo bastante difícil sin que estuvieran todos como una cuba. Esperar al amanecer significaba arriesgarse a que los legionarios volvieran, aunque a Espartaco le parecía poco probable. De todos modos, apostó a varios hombres de vigilantes. Después de aquella victoria arrolladora, sería estúpido dejar que las tornas cambiaran.

Los gladiadores que no estaban borrachos se organizaron. Con unas reservas de antorchas que encontraron para iluminar la escena, cachearon de forma sistemática todos los cadáveres romanos. Como era de esperar, muchos legionarios seguían con vida: heridos, inconscientes o sencillamente haciéndose el muerto con la esperanza de huir más tarde. Por orden de Espartaco, había que ejecutar a todos los hombres. Se produjo una ovación generalizada al oír este anuncio.

—Es un trato mejor del que nos dispensarían estos cabrones —espetó, captando la punzada de angustia en los ojos de Carbo—. Lo único que nos darían sería una cruz. A las mujeres igual. ¿Alguna vez habéis visto morir en una de ellas?

—Sí. Cuando era pequeño mi padre me llevó a presenciar la crucifixión de un criminal local.

Si se concentraba, Carbo todavía era capaz de oír los alaridos penetrantes del hombre mientras le clavaban los tobillos al poste de madera. Al cabo de poco tiempo, los ruidos se habían convertido en un borboteante gimoteo animal. Solo subió de volumen cuando intentó evitar la presión de los brazos atados irguiéndose sobre los pies inmovilizados y destrozados. El criminal había durado hasta la tarde siguiente, pero tardaron semanas en retirar su cuerpo. Pasar junto a aquella cosa apestosa y ennegrecida, ver todas las etapas de la descomposición antes de que acabara convertido en un esqueleto sonriente había sido casi peor que ver la crucifixión, pensó Carbo. Casi.

—Fue horripilante.

—Exacto. Es mucho mejor que te claven una espada entre las costillas y acabes en un abrir y cerrar de ojos.

—Supongo —reconoció Carbo. Había matado al menos a dos legionarios aquella noche. No tenía ganas de matar a más a sangre fría. Se sorprendió de lo que pensó a continuación: «Lo haría si fuera necesario.»

«Debe de ser difícil para él —caviló Espartaco—. Pero ha luchado bien durante el ataque. Es prueba suficiente de su lealtad.»



descargar



Descargo de responsabilidad:
Este sitio no almacena ningún archivo en su servidor. Solo indexamos y enlazamos.                                                  Contenido proporcionado por otros sitios. Póngase en contacto con los proveedores de contenido para eliminar el contenido de derechos de autor, si corresponde, y envíenos un correo electrónico. Inmediatamente eliminaremos los enlaces o contenidos relevantes.